Por Carla Santana, lideresa Comunidad Lepunera Histórica de Mantilhue
Crecí viendo a mis mayores cuidar la tierra, conversar con el río y preparar el Lepún como un acto de unión. En ese entonces no entendía del todo lo que significaba, pero con el tiempo comprendí que cada gesto tenía una enseñanza: respetar los ciclos naturales, escuchar antes de hablar y vivir en equilibrio con lo que nos rodea. Hoy, como parte de una nueva generación mapuche-huilliche, siento la responsabilidad de continuar ese camino, pero también de traducirlo a un tiempo distinto, donde la cultura se defiende no solo en los campos, sino también en los espacios públicos, digitales y políticos.
Nuestra cosmovisión no es una historia del pasado. Es una forma de mirar el presente y proyectar el futuro. Cuando hablamos del buen vivir, hablamos de una vida en relación, no en competencia. De una espiritualidad que se expresa en la tierra, el agua, los alimentos y las personas. En tiempos donde se discuten procesos como la restitución del sitio del Señor Kintuante o la consulta indígena sobre hallazgos arqueológicos, lo que está en juego no es solo un lugar o una ley, sino la posibilidad de que nuestra voz siga viva y reconocida.
Participar en estos espacios no significa alejarnos de nuestras raíces. Al contrario, es reafirmar que la cultura mapuche-huilliche tiene lugar en el presente. Que podemos dialogar con el Estado sin perder lo que somos, que defender el territorio no es oponerse al desarrollo, sino buscar que el desarrollo respete la vida que ya existe en él.
Por eso creo que las nuevas generaciones tenemos un rol esencial. Somos quienes escuchamos a los abuelos y también quienes usamos las redes para contar nuestras historias. Quienes aprendemos de nuestra cultura y al mismo tiempo estudiamos y/o lideramos comunidades. No hay contradicción en eso, ya que cada espacio puede ser una forma de cuidar lo que nos pertenece.
Ser joven y mapuche-huilliche no es elegir entre el pasado y el futuro. Es caminar con ambos en el mismo paso, con la memoria como raíz y la esperanza como horizonte.













