El gran “amor” por el pueblo y las promesas populistas de los candidatos

Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl
Conferencista, escritor e investigador (PUC)
“El populismo ama tanto a los pobres… que los multiplica tanto como puede” (Mariano
Grondona, abogado, periodista, escritor y profesor argentino).
Una de las definiciones más usadas para caracterizar al populismo –sea éste de derecha o
de izquierda–, señala que éste corresponde a “una tendencia política orientada a explotar
los sentimientos de las masas con el simple objetivo de ganar su favor, su simpatía y la
preferencia de éstas con el fin de instalarse en el poder”. Y si este poder es absoluto,
cuanto mejor aún. En este sentido, tanto las posturas ideológicas de la izquierda política,
como así también de la derecha podrían reivindicar para sí mismas la paternidad sobre la
práctica del populismo a destajo. ¿Qué cómo lo hacen? Muy sencillo: se produce bajo el
magnetismo y el conjuro mágico que se desprende de la palabra “pueblo”, palabra con la
cual, se revuelcan y babosean unos y otros, sin que se les caiga la cara de vergüenza.
Hoy en día, con tanto populista dando vueltas en el escenario político, corremos el riesgo,
de que nuestro país se convierta en la gran ficción del siglo XXI, en que una parte de la
población, intenta a toda costa disfrutar de una vida llena de privilegios a expensas de
todos los demás. Las razones son varias. Una de ellas se asocia con el machaqueo
ideológico, donde el adoctrinamiento político de la población prevalece por sobre una
educación de calidad y que se refuerza en la ignorancia que reina en dicha población, en
cuyo caso, de continuar por la misma senda, estaríamos condenando al país al completo
fracaso. En relación con una segunda razón, resulta apropiado parafrasear una reflexión
del gran físico alemán, Albert Einstein, quien decía que no se puede acabar con el dominio
de los tontos, porque éstos son demasiados y sus votos cuentan tanto como los votos de
las personas educadas, informadas e inteligentes.
De acuerdo con el historiador mexicano Enrique Krauze, los “mandamientos” de los
candidatos populistas son los siguientes:

  1. El populista –y su séquito de fanáticos– tiene por costumbre “fustigar en forma
    sistemática a sus oponentes y enemigos ideológicos del color que sean”, existan o no,
    razones para hacerlo. Y cualquier excusa para hacerlo, es buena. El populista es
    totalmente inmune a la crítica y es muy alérgico a la autocrítica, por lo tanto, para desviar
    la atención a los múltiples problemas que él/ella mismo/a genera, siempre buscará –y
    encontrará– un chivo expiatorio ideal, en el cual concentrar todas las culpas, todas las
    desgracias y de todo lo malo que sucede.
  2. El populista alienta el odio entre las clases sociales, en que los “otros” son siempre los
    causantes de las injusticias y de la pobreza, por lo tanto, las riquezas de algunos deben ser
    embargadas, expropiadas, arrebatadas y repartidas entre los demás.
  3. El populismo exalta la figura de un líder carismático, quien, a fuerza de alabanzas, la
    adjudicación gratuita de “dotes” inexistentes”, se convierte en el salvador y en el paladín
    de los pobres, de la justicia y de la riqueza instantánea, es decir, todo en uno, ya que es la
    figura que ha sido enviada por la providencia para resolver todos los problemas del

pueblo. Este populista se transforma en “profeta”, “caudillo”, “guerrero” y “defensor” del
pueblo, es decir, representa la quintaesencia del perfecto demagogo.

  1. El populista fabrica las verdades a gusto, e insiste de manera enfática en la “grandeza”
    de sus reformas, en la “bondad” de sus decisiones, en lo “estupendo” que le irá al país
    bajo su mando. Este sujeto se siente autorizado a elevar esa interpretación al rango de
    verdad absoluta y oficial. Y si alguien se atreve a contradecirlo, es catalogado de
    “fascista”, “agente vendido al capitalismo o al comunismo”, “explotador de las masas”,
    “zángano derrotista”, etc.
  2. El populista no sólo abusa de la palabra, sino que se adueña de ella: es el portavoz
    supremo y único de la verdad oficial, y una suerte de “agencia noticiosa”, que se empeña
    en utilizar a destajo todos los medios de comunicación disponibles –radio, prensa,
    televisión– con discursos encendidos y demagógicos, que hipnotizan y movilizan
    violentamente a las masas.
  3. Los populistas utilizan de manera generosa, libre y discrecional los fondos públicos que
    pertenecen al pueblo, sin poner ningún tipo de cuidado por el resguardo de las leyes y
    reglas que rigen a la economía y a las finanzas de una nación, ya que se trata de gastar a
    manos llenas… mientras se pueda.
  4. El populista se preocupa de movilizar a las masas y grupos sociales que lo siguen: apela
    a su lealtad y patriotismo, los organiza de acuerdo con sus propios intereses, los enardece
    en contra de sus “enemigos” de clase social o color político, y los azuza y anima para que
    la violencia resultante dé muestras claras del “poder del pueblo” detrás del caudillo.
  5. Dado el hecho de que el populista siente un verdadero desprecio por el orden legal que
    “amarra sus manos y restringe su poder”, el siguiente paso es apoderarse del Congreso o
    del Parlamento legítimamente elegido, dictando leyes arbitrarias o llamando a elecciones
    fraudulentas buscando el “clamor popular”, la “justicia directa” del pueblo, que para los
    efectos que busca el sujeto populista, no es otra cosa, que lograr el poder absoluto.
  6. El populista inicia muy pronto un proceso para domesticar, dominar y, finalmente,
    debilitar las instituciones democráticas existentes, a fin de liberarse de toda traba o límite
    a su poder, un poder que le ha sido servido en bandeja por “su pueblo y por sus leales
    seguidores y aduladores”. La meta final es una sola: diseñar una nueva constitución que le
    entregue plenos poderes, con lo cual, transformar al gobierno en donde sólo uno manda,
    en tanto que el resto sólo se limita a callar y obedecer. De no hacerlo, se corre, otra vez, el
    riesgo de ser declarado un “traidor” o un “vendepatria”, y ser llevado a prisión.
    Digamos finalmente, que tal como muy bien lo ha señalado Luis Ornelas, “el vicio y el gran
    defecto inherente del capitalismo, se refleja en el desigual reparto de la riqueza”, en tanto
    que “la gran virtud inherente del socialismo asociado estrechamente al populismo, es el
    credo de la ignorancia, la prédica de la envidia y el resentimiento, y la distribución
    igualitaria de la miseria”.

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